
Enrique Arnao, vecino de Boadilla del Monte voluntario, que se encuentra en Rumanía en la frontera con Ucrania coordinando los viajes de los refugiados ucranianos, envía a Boadilladigital la segunda crónica sobre cómo está viviendo esta catástrofe humanitaria.
Además, manda un audio con el agradecimiento de Alina, una abuela ucraniana que junto con su hija y dos nietos huyeron de Ucrania a Moldavia, de ahí a Rumanía y ya viajan a España.
Buenas noches queridos hermanos. Es mucha la mies y pocos los segadores.
Hay mucha mucha gente sin expectativa y con una maleta como casa.
Hoy necesito tener un rato con Él, estoy sin fuerza. Cuando resuelves un problema surgen cinco, necesito vuestra ayuda al menos para pensar , sin contar con la fuerza de vuestra oración.
Mando familias rotas parentalmente a España con una maleta como toda pertenencia; madres con niños y abuelas. En España las alojan en casas pero la mayoría de los casos no pueden con todos por espacio y hay que volver a romper la familia ya rota.
No conocen el idioma y aunque consigan una prestación, no les da para alquilar una vivienda donde juntarse. A la tristeza de la pérdida de su entorno, hay que sumar la siguiente ruptura familiar, es descorazonador. Yo ya no tengo lágrimas, y eso que tengo todo esperándome.
No tienen hambre, ellos vienen de un país con riqueza, solo necesitan un rinconcito donde sentirse unidos y volver a una vida que se les antoja destruida.
Primero oración y luego vuestra materia gris para mejorar en lo posible la situación de los que llegan. Cada mamá suele viajar con dos niños y una abuela mínimo; he aquí el problema, pero no paran de decir gracias.
Cuando les coges la maleta o les ayudas con el niño que traen en brazos, lo primero que hacen es abrazarte y echarse a llorar, luego se muerden la pena y te dicen gracias en todos los idiomas. Después te miran con una mirada perdida como preguntando, ¿dónde vamos? Inmediatamente los voluntarios le ofrecen té caliente (cuando se pone el sol la temperatura baja a -10°) y les llevan como si fueran zombies a una carpa; los niños que caminan se agarran al pantalón de su madre amedrentados por el gentío.
Los voluntarios se vuelcan en ofrecerles sándwich, dulces, galletas etc… No tienen hambre, ellos vienen de un país con riqueza, solo necesitan un rinconcito donde sentirse unidos y volver a una vida que se les antoja destruida.

Cuando les trasladas a un alojamiento, no siempre individual por familias, se meten todos en la misma habitación aunque tengan dos, después el agotamiento les puede y el sueño les aleja de su cruda realidad al menos unas horas.
A la mañana siguiente les preguntas ¿dónde quieres ir? La mayoría te dice un país donde existe un familiar o un amigo, otros te dicen “no sé, donde no haya guerra”. Cuando te dicen “no sé” es cuando tienes que mirar para otro lado para que no se noten tus lágrimas, tratas de poner una sonrisa y balbuceas “don`t worry”, todo saldrá bien, sin saber qué es lo que va a salir.
La mayoría te dice un país donde existe un familiar o un amigo, otros te dicen “no sé, donde no haya guerra
Después, como si una mano te empujara, te pones en marcha y empiezas a buscar soluciones, ¡Nacho, siete billetes desde Cluj! No, ya son 12; espera, dos más; papá he conseguido para mañana!….
Al cabo del rato te enteras que dos niños vienen sin pasaporte. Llamas al cónsul (por cierto se llama Arnau), no te preocupes Quique, te hago un salvoconducto, pero ¿tendrán certificado de vacunación? Ostras no lo sé. Busca un traductor y no, no tienen. Y así un día tras otro, puta guerra.