Voluntarios de Boadilla del Monte llevaron su caridad a Chile

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Este martes se conmemora en todo el mundo el Día Internacional de los Voluntarios, entre los que se encuentra un grupo de 20 personas de la parroquia Santo Cristo de la Misericordia, incluido un redactor de Boadilladigital, que ha contado cómo fue su labor en el país suramericano en el que estuvieron durante un mes.

En Boadilla del Monte hay muchos ejemplos de personas que, desinteresadamente, dedican su tiempo libre a ayudar a los demás. No obstante, a veces no es fácil salir de la comodidad en la que vivimos. ¿Quién querría abandonar la piscina o la playa en pleno julio? Por supuesto que no es plato de buen gusto para nadie. Pero el renunciar a algo surte un bien mayor. Y con esa esperanza en el corazón, este grupo de 20 personas cargamos la maleta con ropa de abrigo y mucha ilusión para volar a Santiago de Chile el 11 de julio del pasado verano.

Gran parte de nosotros ya nos conocíamos, otros no por ser de otras localidades. Además, la chica más joven tenía 17 años y el mayor, 72. Pero qué importa si conoces o no a alguien cuando el motivo del encuentro es tan importante. Más tarde se nos despediriamos con abrazos y alguna lágrima, pero antes debíamos conocernos empezando en un viaje en avión que duró 13 horas.

Dos días después de aterrizar en Santiago, viajamos en autobús a Villarrica, que dista 900 Kms. de la capital. Allí nos acogieron en el Arzobispado, donde reside desde hace cuatro años un sacerdote español de la Diócesis de Getafe, Pablo Fernández Martos. Él es el contacto por quien diferentes grupos getafenses se suman todos los años a esta maravillosa aventura. Una aventura donde el protagonista lo es cualquiera menos los que acuden a ayudar.

Manos a la obra: Molongüe y Villa García 

Durante la primera semana, aprovechando la presencia de dos sacerdotes en el grupo, nos dividimos en dos equipos para visitar los pueblos de Molongüe y Villa García. Al frente del primero se encontraba el párroco de Sto. Cristo de la Misericordia, Javier Siegrist; y liderando el segundo, el actual subdelegado de Juventud, Miguel Luengo.

Nuestra misión en esta actividad fue llegar a todas las casas posibles, a las cuales iban “a puerta fría”. Con el Evangelio en una mano y agua bendita en la otra, fuimos conversando con los paisanos en sus saloncitos o cocinas caldeados por las brasas de la chimenea y terminando por bendecir el hogar. Casa por casa, persona por persona, dimos color a las vidas de estas comunidades rurales.

El equipo que fue a Molongüe tuvo mayor contacto con la tribu mapuche, ya que es una región montañosa y apartada. Su forma de vida es muy diferente a la que cualquier población desarrollada conoce. Si bien es cierto que fueron colonizados, su amor por el campo y su desafecto por el ajetreo urbano, los hace singulares cuanto menos. Suelen vestir con un atuendo de una pieza sin mangas, llamado “poncho”. Es algo así como una manta de lana con una brecha para encajar la cabeza. Pero no es cualquier trapo, sino que es característico de éstas su arte textil, que imprime coloridas figuras decorativas, simbólicas y tradicionales que encantan a cualquiera que los vea por primera vez.

“un joven es aquel que es consciente de lo que le queda por hacer y servir, y se lanza a ello”

Independientemente de sus edades, todos los voluntarios boadillenses irradiábamos juventud, pues como afirma su párroco “un joven es aquel que es consciente de lo que le queda por hacer y servir, y se lanza a ello”. Esto lo demostró con creces el más veterano de todos, Jose Luis Ripoll, que con 72 años dejó el listón muy alto con su vitalidad y servicio. También es preciosa la historia de Amanda Martín, quien cumplió 18 años en Molongüe y lo celebró con un poco de chicha, infusión propia de Chile que tiene un sabor no demasiado agradable. Aún no está bautizada, pues fue en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia donde tuvo su primer encuentro con la Iglesia; pero en marzo de 2018, recibirá este sacramento junto con la comunión y confirmación. ¡Tan joven en la fe y ya siendo un ejemplo para muchos!Inmersos pues en sus tradiciones, este grupo disfrutó de grandes momentos con aquellos indígenas, como la celebración del primer viacrucis para muchos, o enseñar a algún despistado el padrenuestro en la clásica ruca mapuche. Mil anécdotas, fruto de participar de su sencillo estilo de vida alojándose incluso en sus propios hogares.

Villarrica, la «Ruta del pansito»

A partir de la segunda semana nos alojamos en Villarrica hasta sumar los 30 días de misiones. Esta ciudad, ubicada en la región de la Araucanía tiene más de 50.000 residentes y, aunque no pudimos visitar a todos, sí que sembraron semillas de amor en partes de ésta que, por lo que les cuentan los habitantes a sus misioneros, a día de hoy siguen germinando. En esta zona de Chile, más civilizada y desarrollada, existe una gran diferencia económica entre los que la pueblan.

Visitamos todas las calles que pudimos en la Segunda Faja, sector central de la ciudad. Quizás pudo ser la actividad en la que más empeño e ilusión tuvieron que poner, ya que las puertas no se abrían tan fácilmente como en los anteriores pueblos y las calurosas bienvenidas a las que estaban acostumbrados se tornaban a veces en un “no me interesa” o una mirada indiferente desde el visillo. Por eso, la energía y la actitud fueron vitales.

Fue también diferente la forma de tratar con las personas que sí los recibían. Porque anteriormente, en los pueblo rurales, casi todos los lugareños eran muy parecidos en sus costumbres y formas de vida. Aquí, sin embargo, cada uno era de su padre y de su madre, por lo que, escuchar y conocerles se convertía en el mejor instrumento para ayudarles en sus vidas. Al final, la gente nos despedía muy agradecida, encantada de haber pasado un rato tan magnífico. Incluso, un padre de familia le dijo a una pareja de misioneros: “Quiero y espero que este día sea un punto de inflexión en la vida de mis hijas. Gracias por habernos visitado”. Quizá sólo por esto mereció la pena visitar otros 30 hogares, aunque que no nos abrieran sus puertas.

la energía y la actitud fueron vitales

A parte de estas caminatas por la mañana, teníamos otras muchas tareas durante el día, como visitar un centro de discapacitados, ayudar a diario en comedores sociales, pasar tiempo en la cárcel acompañando a los presos o realizando la “Ruta del pansito”. Esto último consistía en hacer cada noche el mismo recorrido urbano repartiendo café y este tipo de pan en bocadillo de jamón y queso.

El nombre original del mendrugo es “hallulla”, que destaca por su forma redonda, pero un misionero español seguro que se lo pasa de maravilla en Chile dando motes a las cosas cambiando la “c” por una “s”. Es bueno tomarse las cosas con humor, sin embargo, a más de uno le cambió la cara cuando descubrió el sentido de esta ruta. Por la noche cargábamos los alimentos y nos adentrábamos en las zonas más pobres de la ciudad guiados por la mujer pionera de esta iniciativa desde hace cuatro años, Patricia Troncoso.

La primera noche fue impactante para muchos. Al principio entramos por lo que parecía la puerta de un chalé, pero Patricia lo bordeó. No era ese el objetivo. Seguimos caminando mientras llovía y, tras unos giros nos vimos en un pasadizo estrecho que servía para alcanzar numerosas viviendas. Éste estaba envuelto en chapas que dejaban pasar la lluvia, y al estar repleto de basura por el suelo, la mezcla con el agua trazaba un riachuelo que el grupo procuraba esquivar, sin saber muy bien a dónde mirar o qué pensar.

La pobreza es dura, pero la carencia de una vida digna y un ambiente familiar, da que pensar. Todas las casas que visitábamos carecían de una cena caliente. Además, en la mayoría de chabolas impactaba esa ausencia paterna cuando la mujer o la hermana mayor recogían con gratitud los alimentos para que los pequeños pudieran cenar. La pena es que en general la familia en Chile está destruida, la mayoría de matrimonios están separados o con hijos fuera de éste. Y por eso, la labor no era solo repartir un café y un bocadillo, sino hacerlo con amor, que es de lo que realmente tienen hambre estas personas.

Adolescentes

Hasta ahora habíamos tratado principalmente con personas adultas y ancianas, pero la última semana tuvimos que hacer frente a clases escolares llenas de adolescentes, pues continuamos nuestra misionó en el colegio Humanidades de Villarrica. ¿Qué harías si estuvieras delante de 40 jóvenes casi de tu misma edad a punto de contarles tu testimonio? Ponerte nervioso, seguro. Pues así fue para nuestros voluntarios más jóvenes, que no lo habían hecho nunca.

Este centro escolar es mixto y muy parecido a cualquier colegio en España. Todos los chicos iban con el mismo chándal como uniforme, el cual tenían personalizado en cada clase. Había muy buen ambiente entre ellos.

la labor no era solo repartir un café y un bocadillo, sino hacerlo con amor, que es de lo que realmente tienen hambre estas personas.

Al principio mostraron una actitud un tanto reticente, ya que la materia de conversación en cuestión es hoy en día entre la juventud un tema tabú. Sin embargo, no tardaron en congeniar. Hablaron acerca de la amistad, con Cristo y con el prójimo; el noviazgo o pololeo, como ellos lo llaman; el cristiano en la vida universitaria, a la cual los de último curso se acercaban; y otros muchos temas.

No pasaron dos días y la misa voluntaria del recreo estaba a rebosar de estudiantes, por lo que parte del mensaje parece que sí les llegó. Además, nos reunimos con algunos alumnos para hablar sobre el apostolado. Los ya experimentados voluntarios les dimos muchas ideas de actividades que los otros podían utilizar en su colegio y crear así una pastoral juvenil en Villarrica.

Despedida con una nueva esperanza

El último día, el coro del colegio, formado por chicas y un chico guitarrista, nos cantaron dos temas, también dirigidos al resto del colegio en un acto que inició el director con un discurso de agradecimiento por la visita. También Javier Siegrist dio unas últimas pinceladas en una breve, pero emotiva homilía, que pretendía llegar a los corazones de todos los ahí reunidos explicando el verdadero sentido y motivo de este viaje: la fe y la caridad.

no éramos imprescindibles. Solo fuimos un instrumento más impulsado por Dios

Fue un mes intenso, lleno de emociones y experiencias nunca antes vividas. Decir adiós  fue extraño. Muchos abrazos y despedidas con promesas de regresar. En parte querían que acabase para meditar acerca de todo ello, pues en verdad es otro mundo con otras formas de pensar y de vivir, otras posibilidades y aspiraciones. Realmente, nos marcó mucho en nuestra vida. Pero, por otra, ¿cómo ibamos a abandonarlos cuando quedaba tanto en su mano por hacer, tantas calles por patear o tantos conocimientos por transmitir? A más de uno le vino esa tentación a la cabeza, pero no, no éramos imprescindibles. Solo fuimos un instrumento más impulsado por Dios.

En ese momento tocaba mirar hacia delante y preguntar hacia arriba: ¿qué más? Porque, como dijeron sus sacerdotes, su misión y la de todos está en la vida cotidiana ayudando al prójimo y amando más a Dios cada día: llevando cada uno esa misión a sus trabajos y hogares.

 

Pablo Ciprés

 

 

 

 

 

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