“Boadilla del Monte es mi casa”

Boadilla del Monte es el cuarto municipio de la Comunidad de Madrid que más ha visto incrementado el número de extranjeros residentes en el último año. Hablamos con cuatro de estos vecinos.

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Extranjeros en Boadilla
Fotos: Julia Alegre Barrientos.

Boadilla del Monte es el cuarto municipio que más ha aumentado la presencia de extranjeros en la Comunidad de Madrid en el último año. Boadilladigital se ha acercado a conocer algunas de las historias personales detrás de estos números y, de este modo, visibilizar algunas de las diferentes voces y realidades que caracterizan la vida vecinal de la localidad.

«Venir a vivir a Boadilla era la decisión correcta por nuestro hijo. Me imagino a Piero creciendo aquí», explica Héleny Santana Hernández, de 32 años, nacida en Caracas, Venezuela. «A mí siempre me han acogido con los brazos abiertos, mi casa es esta y la de mi familia», explica Claudia Teusan, rumana de 31 años. De la misma opinión es Juan Carlos Restrepo, quien llegó al municipio desde su Colombia natal hace 14 años y no tiene intención de volver al país que le vio nacer si no es de vacaciones. En cambio, al italiano Carlo Picciano, de 48 años, 21 de los cuales ha vivido en Boadilla, sí le gustaría terminar sus días en el pequeño pueblo de Busso donde creció, «con mi mantita viendo las montañas».

Estos cuatro vecinos son algunos de los nombres que integran la lista de los 5.061 extranjeros que, de acuerdo con el último informe del Observatorio de Inmigración-Centro de Estudios y Datos de la Comunidad de Madrid, residen actualmente en Boadilla del Monte. Con fecha de enero de 2021, son 362 personas más respecto a las empadronadas en el mismo periodo del año pasado (4.699). Es el cuarto municipio de la Comunidad que más ha visto crecer el número de foráneos, solo por detrás de Madrid capital, Móstoles y Torrejón de Ardoz. De acuerdo con los datos que maneja el Ayuntamiento boadillense, los países que más vecinos forasteros aportan son Rumanía, con un total de 542 (60,3% mujeres; 39,7% hombres); Italia, con 483 (40%; 60%); China, con 477 (52%; 48%) y Venezuela, con 379 vecinos, de ellos, 58% son féminas y 42% son varones).

La idea más repetida de estos testimonios que aquí se recogen es la de procurarse una vida mejor que en sus paises natales en un lugar que ahora reconocen como casa.

Héleny Santana Hernández, 32 años. Caracas (Venezuela)

Y de pronto se le enrojecen los ojos y se le caen varias lágrimas que ella aplaca con rapidez ahogándolas en una servilleta. «Perdón, perdón», se excusa: «Es que nunca lo he hablado así con nadie». Héleny se refiere al momento que tuvo que meter su vida, la de su marido y la de su hijo Piero, que en aquel entonces tenía dos años y medio, en dos maletas –»Suena a cliché, pero fue así»- y dejar Venezuela.

La joven de 32 años, nacida en Caracas, es nieta de inmigrantes españoles que aterrizaron en el país latinoamericano huyendo de la Guerra Civil; tiene doble nacionalidad, venezolana y española. Llegó a España a finales de 2017 acompañada de su marido –31 años y nieto, a su vez, de inmigrantes italianos; también es doble nacional, venezolano e italiano- y su hijo Piero. Los tres residen en Boadilla del Monte desde 2018. «Nosotros emigramos por necesidad. Aunque nuestra vida era buena en Venezuela y teníamos una empresa de seguridad, nos vimos obligados por la situación de inestabilidad de mi país. Me costó tomar la decisión porque sabía que era un viaje sin retorno; fue la decisión más difícil que he tomado en mi vida», cuenta la joven comunicadora social que actualmente trabaja como community manager y redactora en una empresa de Boadilla donde también trabaja su esposo. Él es programador informático.

Me costó tomar la decisión porque sabía que era un viaje sin retorno; fue la decisión más difícil que he tomado en mi vida

La proximidad con el lugar de trabajo fue la razón que llevó a la pareja a radicarse en el municipio desde Usera, su primer hogar en España. Héleny recuerda que, al principio, no le convenció la idea: «Yo solo pensaba en lo lejísimos que quedaba Boadilla de todo. Fue un choque, pero luego la zona me resultó perfecta para criar a nuestro hijo. Para mí él era la prioridad y aquí Piero puede crecer tranquilo, lo absorbió todo desde el principio». Ahora, solo piensa en envejecer aquí. Cuenta que cuando llegaron, tuvieron que pedir ayuda en el Banco de Alimentos que gestiona el Ayuntamiento y Cáritas: «A mí no me da vergüenza reconocerlo. Durante un año recibimos alimentos y en diciembre, nos dieron juguetes para el niño. Siempre les estaré agradecida, el trato fue muy humano. Cuando nuestra situación mejoró, dejamos de recibir ayuda. Nunca nos dieron dinero, quiero que quede claro, que luego dicen que venimos a quitarles las ayudas al nacional», explica con determinación.

A Héleny le hace feliz pensar en la libertad de oportunidades y la seguridad que ahora caracterizan su vida, dice que ve cosas extraordinarias en lo cotidiano, pero es contundente respecto a la actitud de muchos de sus conciudadanos españoles sobre la falta de empatía que practican a la hora de encarar el fenómeno de la inmigración: «Muchos creen que venimos aquí porque no tenemos nada mejor que hacer y no se acuerdan que Venezuela fue un país que abrió las puertas a muchos españoles cuando lo necesitaron, como mis abuelos. La mayoría eran pobres y sin estudios. Nosotros, en cambio, somos gente formada. Creo que es muy injusto. La mayoría venimos aquí porque queremos un futuro mejor para nuestros hijos».

venezolana en boadilla
Héleny Santana Hernández.
Carlo Picciano, 48 años. Busso (Italia)

Carlo es dueño del restaurante La Vía, un clásico de la comida italiana para quienes conocen el Sector B. Lo inauguró en 2004 y, aunque ha dedicado gran parte de su vida a la hostelería, su sueño era ser Carabinieri. El hecho no pasa desapercibido: solo hace falta poner un pie en su restaurante y mirar las paredes, donde tiene varias placas del cuerpo de seguridad italiano colgadas. «Hice la mili como Carabinieri, pero cuando terminé no me cogieron. La vida funciona así, uno no pude volver atrás», dice con resignación.

Llegó por primera vez a España en 1993, cuando se graduó del colegio, para trabajar durante el verano con su tío, quien era propietario de una pizzería en Las Rozas. Volvió un año después y montó su primer restaurante en Madrid capital con apenas 22 años, también de comida tradicional italiana. «En Italia no había trabajo, estábamos en crisis. Aquí era una tierra de oportunidades y no había casi pizzerías. Con poco dinero podías montar un negocio”, recuerda. Por «cosas de la vida» acabó en Boadilla, donde reside desde el año 2000 con su mujer, a quién conoció un año antes. «Ella es de aquí de siempre, de Las Lomas; es logopeda». Juntos tienen dos hijas, una de 18 años y otra de 16.

Carlo ha trabajado de todo: de electricista, contable, etc. La lista es extensa porque nunca se le han caído los anillos, indica. «A veces las cosas me han salido y otras no. He perdido negocios y vuelves a empezar, te buscas otra vida. Yo he luchado mucho para llegar hasta aquí y siempre he demostrado que he venido a trabajar». No soporta a la gente vaga, que es su personal vara de medir a las personas.

He perdido negocios y vuelves a empezar, te buscas otra vida. Yo he luchado mucho para llegar hasta aquí y siempre he demostrado que he venido a trabajar

Al italiano le gusta la vida en el municipio, un lugar tranquilo para una persona que tiene familia, lo describe, aunque sí tiene una queja: la cantidad de locales que se han abierto en los últimos años en la zona, «que supera con creces la demanda». Durante todos estos años ha conseguido mantener a flote su negocio a pesar de la crisis del 2008; los embistes que de esta se suscitaron en 2012 y 2013 y se cebaron con el sector de la restauración, con el país entero, en realidad; a pesar de las obras de la construcción del Metro Ligero que dejaron la calle de su local inhabilitada; a pesar de la actual situación de inestabilidad económica a raíz de la pandemia del coronavirus… «He pasado de tener nueve trabajadores a solo dos. Yo atiendo las mesas y ayudo con las preparaciones en la cocina».

Carlo se siente un afortunado. Cuenta que nunca ha sufrido ningún episodio de discriminación por razón de su origen extranjero, piensa que quizá por la afinidad cultural entre España e Italia, «y porque soy grandote y eso desalienta a cualquiera a meterse contigo”, sonríe. En cambio, sí ha presenciado situaciones en las que se trata con menosprecio a extranjeros de otras nacionales, algo que no puede soportar: «Hay gente muy clasista. Pero bueno, supongo que como en todos lados».

italiano en boadilla
Carlo Picciano.
Claudia Teusan, 31 años. Rosiori de Vede (Rumanía)

A Claudia se le salen los «tía» y los «chica» a diestro y siniestro, entre frases. No puede evitarlo: ella es más de aquí que de su Rumanía natal y no hace falta un documento que lo acredite para incurrir en la obviedad. Llegó a Boadilla del Monte en 2006, de vacaciones, a visitar a su hermana. Tenía 16 años. Finalmente decidió quedarse y se puso a trabajar de ayudante de cocina en un restaurante del Sector B. Ahí conoció al que hoy es su marido -él era el cocinero, también de Rumanía, pero del norte- y actual socio: juntos son propietarios del Café Bar Claudia, situado en la ciudad comercial de Las Lomas.

«En diciembre vamos a hacer cuatro años desde que abrimos el negocio, lo cogí desde cero, chica. Nunca había llevado nada mío y, además, estaba embarazada y a punto de dar a luz de mi segundo hijo, estaba muerta de miedo, pero era el trabajo de mis sueños. Con los años me he ganado a mi gente», relata. Los inicios no fueron fáciles. Recuerda que no quería cogerse la baja por maternidad de 40 semanas, pero su marido la obligó. Entonces llegaba al restaurante y se sentaba en una mesa para controlarlo todo, con su hijo Sebastián de apenas unos días en brazos. «He trabajado muy duro. Aquí en el pueblo nos conocen como unos currantes y nunca hemos tenido problemas». La pandemia de la COVID-19 les pegó de lleno, como al resto del sector hostelero. En mayo, reabrieron el negocio, pero solo ofrecían comida a domicilio. El marido de Claudia cocinaba los menús y ella era quien los repartía y recorría todas las obras del lugar para captar clientes. Con mucho esfuerzo, lograron salir adelante y ahora sirven en promedio 40 menús diarios en el local.

Esta es mi casa, yo soy de aquí; mis hijos han nacido aquí, son de aquí; yo dejo todos mis impuestos aquí

Hace dos años que Claudia no vuelve a Rumanía porque dice que ahí se siente extranjera. Sus padres y sus dos hermanos también viven en Boadilla. «Esta es mi casa, yo soy de aquí; mis hijos han nacido aquí, son de aquí; yo dejo todos mis impuestos aquí. Yo solo me voy de España si el Gobierno nos echa a todos los extranjeros, si no, de aquí no me mueven», concluye.

rumana en boadilla
Claudia Teusan.
Juan Carlos Restrepo, 46 años. Dabeiba (Colombia)

Llegó a Boadilla hace 14 años, cuenta que persiguiendo a su mujer: ella quería probar suerte en España y él le siguió el juego tres años después. El matrimonio vino con su hija de apenas 4 años. La niña es hoy una joven de 19 años, está a punto de terminar Bachillerato y trabaja de socorrista.

«Nosotros no vinimos por necesidad. Vivíamos en la costa, teníamos negocios y no nos faltaba de nada, pero mi esposa quería aventurarse y eso hicimos», cuenta Juan Carlos. El colombiano llegó al municipio en plena crisis económica de 2008 y comenzó a trabajar como camarero en un restaurante del casco antiguo. Siempre ha estado vinculado con el sector de la hostelería. Por aquel entonces, él y su familia vivían en una habitación que les alquiló un conocido en su casa. Con los años, y después de mucho esfuerzo, se mudaron a un piso mucho más grande, «de tres habitaciones; estamos bien, gracias a Dios”, dice sonriente. Reconoce que nunca le ha faltado trabajo porque siempre ha sido muy realista: «Cuando uno llega a otro país, es como venir a una casa ajena y haces lo primero que te viene, tienes que trabajar de lo que sea».

Cuando uno llega a otro país, es como venir a una casa ajena y haces lo primero que te viene, tienes que trabajar de lo que sea

Aquí en Boadilla vive tranquilo, esta es su casa y la de su hija. A su mujer a veces le da por pensar en volver a Colombia, «pero porque allá todavía tiene a su mamá, pero luego regresa y no lo soporta». Juan Carlos, en cambio, no siente un especial arraigo con su país. Nació en el municipio de Dabeiba, pero se crió en San José de Apartadó, un corregimiento rural del norte de Colombia, bastión del 5º Frente de las Farc y del Ejército Popular de Liberación (EPL). En la disputa por el territorio, las dos guerrillas rivales impusieron un clima de terror y violencia en la zona que se saldó con la muerte sistemática de civiles, a quienes se consideraba afines a uno y otro bando. Entre ellos estaba la madre del colombiano, asesinada en 1996 cuando él ni siquiera había terminado el colegio.

colombiano en boadilla
Juan Carlos Restrepo.

Redacción: Julia Alegre Barrientos (Twitter: @JuliaAlegre1)

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